viernes, 24 de febrero de 2012

Sufrimiento

Queridas queridísimas y queridos queridísimos,

Hay que dejarse de metros,
pies quebrados y asonantes,
que una jota bien cantada
no repara en lo elegante

El sufrimiento voluntario es una cosa muy de humanos. El otro día La María me dijo que la acompañara a spinning. "Puedes ir a una clase gratis", añadió. Eso ya es otra cosa. El jubilado que hay en mí va hasta a que lo azoten si se lo regalan. "Pues andando". El marido que hay en mí va donde le dicen sin rechistar.

Me puse las mallas, que no me hacen tan buen tipín como a La María, pero me dan un puntito, y nos fuimos para el gimnasio. La primera vez que me meto en un sitio así. ¿Sabes que dentro no hay bar? Mal empezamos.

Antes de seguir, el spinning es la bicicleta estática de toda la vida. Le han cambiado el nombre por lo mismo que a las magdalenas le llaman muffins, para cobrar más.

"Esta es nuestra clase", mostróme. Se podía ver a través de un ventanuco. El pensionista que hay en mí decidió que de mayor, en vez de contemplar las obras, va a venir a estas clases a mirar a las señoras. Lo hice de reojo, para que no se enterara La María, pero que conste que fue ella la que me llevó. Menos mal que no me vio.

La sesión empieza cuando entra el sumo sacerdote. Antes se llamaban monitores, pero ahora te hablan de energías, de sentir tu cuerpo, de notar unas vibraciones y todo en ese plan. Casi echo la toalla al suelo y me pongo a rezar. De pronto, el tipo enchufa una música del diablo, apaga los fluorescentes ¡y pone luces de discoteca! Jodo tú, casi me da un soponcio.

Allí me ves, al lado de La María, intentando seguir el ritmo de la música. Enya, ¿dónde estas cuando se te necesita? Miraba a mi alrededor y allí no había más que titanes. La madre que los parió. ¡Ay mísero de mí, cuán alfeñique! Miré en los bolsillos y no me quedaba ningún solomillo. Leñe, el asunto se ponía cuesta arriba.

A los diez minutos, me acordé del combate a sufrimiento de "La princesa prometida". A los veinte minutos me di cuenta de que una comedia no hacía justicia a aquello y me pasé a la tragedia. Shakespeare debió escribir "El mercader de Venecia después de una clase de spinning:

¿Si nos pincháis, acaso no sangramos ?
¿Si nos cosquilleáis, acaso no reímos?
¿Si nos envenenáis, acaso no morimos?
Y si nos ultrajáis, ¿no nos vengaremos?

A los treinta minutos supe que iba a morir. A los cuarenta minutos estaba instalado en el fuego eterno. Cada uno tiene su destino, me consolé. De repente, se encendieron las luces. Se había acabado. Me tanteé el cuerpo. Todo seguía en su sitio. Palabrita que sientes gratitud. Estás vivo. Te han perdonado. Y entonces surge la duda: ¿volveré? Con el corazón en la mano, ¿tú que harías?:





Bonus track: El Villas se manda un vídeo indescriptible. Igual lo he puesto ya, pero podría ser la próxima sintonía de la Vuelta. Mil gracias, mozo.



Besos a tutiplén.

P.D.: ¡Todos somos Blanco Herrera!
P.P.D.: ¡Más besos, leñe!

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