viernes, 30 de noviembre de 2012

Corazón de rock and roll

Queridas queridísimas y queridos queridísimos,

Tiene la tarara una camiseta,
cuando se la pone se le ven las grrrrrr
La tarara, sí, la tarara, no,
la tarara, niña, que la bailo yo.

Mi adolescencia cayó en algún punto entre el homo habilis y el homo erectus. Esta etapa, por si lo has olvidado, era lo que se conocía popularmente como la edad del pterodáctilo y se caracterizaba por un cierto enfrentamiento con los progenitores y por la necesidad de formar parte de un grupo de iguales. Hoy te parecerá una fantasía, pero de verdad que eso pasaba. Los zagales se enfrentaban a una serie de inseguridades y temores que se superaban con el paso a la madurez, cuando aprendían a disimularlos.

En aquel entonces nos juntábamos la familia -quedaba muy lejos la ruptura definitiva de esta institución que padecemos en el siglo XXI- en torno a una buena hoguera y, abrigados con pieles, trasegábamos mamut (cuando había) y lo que pilláramos por ahí (cuando no).

Comíamos de todo, no como los niños de ahora, que solo quieren bollicaos y phoskitos. Tú cogías a un chavea de los de antes y le dabas un bollo industrial y te lo tiraba a la cara. "Déjame de triglicéridos y ponme un bocadillo de jamón de diente de sable", te decían. Aquello sí que eran homos.

A las primeras de cambio, eso sí, liábamos unos pitotes que para qué. Padre gruñía algo, Madre sobregruñía y mi menda lerenda emitía un sonido gutural. "A tu cueva", bufaba Padre. Allí me recluía durante horas y horas con mi walkman (reproductor de música que se usaba antes de internet: el equivalente a tu ipad, no te creas. -N. del T.-). Igual exagero si digo que el rock and roll me salvo la vida. La hizo mucho, mucho, mejor. Seguro.

Luego la cosa se puso fea, la verdad. Empezó a hacer un frío que te pasas, pero que te pasas, que te pasas. No una cosa de chaquetilla sobre los hombros, qué va. Ponías el telediario y todos los días la misma matraca: "Hace rasca, tú, pero mañana va a ser peor". El jefe de la tribu refunfuñaba: "Falacias contumaces". "La próxima primavera tenemos aquí un prado que va a ser la envidia del continente", agregaba. Ajá. Cuando se congeló el grajo, como dice una amiga de La María, debimos sospechar algo.

Mira lo que te digo. Eran aquellos tiempos duros, no como ahora, que tienes una vida regalada y te lo han dado todo hecho. Una glaciación tenías que haber pasado. Pues bien, cuando estábamos todos hechos una bolica, apurando los últimos rescoldos del fuego y apretándonos los unos contra los otros pa ver de sumar una jícara de calor manque fuera, siempre había uno que la liaba.

El tipo sacaba el instrumento y ahí nomás empezaba a aporrearlo. Tres acordes, no sabía más. Pues a la segunda canción no había quien parara. Aquello era el acabose. Ahora dirás que no tiene relación. Que no hay causa-efecto, alegarás. Que no se sostiene, insistirás. Muy bien, ponte como quieras, pero, ¿tú has visto que se haya vuelto a congelar el planeta?



Besos a tutiplén.

P.D.: ¡Todos somos Blanco Herrera!
P.P.D.: Tengo tanta gente a la que dedicarle este post, que lo mejor será que te lo dedique directamente a ti.
P.P.P.D.: ¡Más besos, leñe!

2 comentarios:

José Jorge dijo...

Me he quedado bloggeado

silvia dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
 
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