viernes, 23 de septiembre de 2011

Duelos

Queridas queridísimas y queridos queridísimos,

En La Rioja no hay tranvías,
tampoco tenemos metro,
pero tenemos un vino
que resucita a los muertos. (*)

Las manchas del honor se lavan con sangre. Eso lo sabe cualquier criaturita que haya pisado una escuela. El patio del colegio, o el callejón de detrás, siempre fueron los sitios indicados para estos tejemanejes. "Te espero en el callejón" era la frase que marcaba el antes y el después de una tunda de categoría.

Uno, es decir yo, siempre fue cobarde hasta la náusea y huyó de estos enfrentamientos como de un libro de Paulo Coelho, dándole a su honor un aspecto bastante astroso, para qué vamos a engañarnos -entendedme, estaba llamado a escribir este blog-. Por eso quise ver la película.

Los duelistas es un film de Ridley Scott en el que por un quítame allá esas pajas los protagonistas se lían a mandobles en un suspiro (y el que dice pajas, dice polvos, aunque todos sepamos la de años que median entre ambos). Esto pasa allá por los tiempos de Napoleón, entre campaña y campaña por la dominación mundial. Chacho, qué de castañas se dan. Me la recomendó el Pedro el otro día, un zagal que lo mismo hace reiki que acupuntura, e igual te da un masaje que te organiza un trekking por los Pirimeos. No sé tú, pero yo le suelo hacer caso a la gente que tiene la cabeza llena de pájaros (¿no oyes el pío pío, Pedro?).

La impresión fue de órdago. Tanto que fue terminar y, sin pensármelo dos veces, me arrojé a la calle con la María, vestido con mi pijama y un cazo por montera para ventilar viejos agravios escolares. La María, de más está decirlo, iba como acostumbra: elegante sin estridencias. Para esta contienda eligió vestido de raso blanco y cuello de barco con drapeados en el busto. La nota de color la daba un tocado sutil de gasa color borgoña combinado con unos manolos etéreos que dibujaban el aire mientras realzaban su estilizada figura.

La terraza del bar, como siempre, estaba llena y nosotros, además, habíamos quedado con unos cuantos amigos. Si has estado en la capital sabrás que es más fácil encontrar el Santo Grial que lugar al relente en una bodega. Grandes crisis nerviosas se han fraguado en el intento.

Al principio, fingiendo indolencia, quedamos a la espera de un lugar donde acomodarnos, mientras que, para mis adentros, me preguntaba que haría Arturo Pérez-Reverte en una situación así. Ya me estaba remangando la camisa y preparando unos cuantos improperios de los gruesos cuando se levantó una pareja.

En Madrid, uno pierde la inocencia provinciana a la par que la educación. Como un chacal sobre su presa, cogí a mi dama de la mano y, después de pasar por encima de dos mesas, empujar a tres grupos y adelantarnos a otra pareja, nos sentamos como los señores que somos, contemplando al tendido. Estaba crecido, gensanta, y era capaz de conseguir cualquier cosa. Las miradas de odio se cernían sobre mí y me alimentaban como si fuera portugués y entrenador de fútbol. Entonces, ocurrió.

Una bestia parda se acercó a pedirme explicaciones por mi comportamiento. Era un ser colosal, casi mitológico. El fenotipo clásico del matón de colegio. La terraza, atestada de gente, nos observaba. Siglos habían tardado en encontrar una mesa, pero por fin disfrutaban de un espectáculo acorde a su esfuerzo. Esa era la mía y, con toda la voz que había callado durante décadas de humillación, espeté: "Espérame en el callejón".

El ogro aquel, seguro de su victoria, no se lo pensó dos veces y abandonó su lugar en busca de la zona indicada. Conforme se perdió de vista, juntamos las dos mesas e invitamos a los amigotes a acompañarnos. El troll aquel volvió, claro, pero ante ocho se es menos valiente que ante un esquife como yo. El honor, ya sabes, es como la virginidad. Una vez que lo pierdes se te abre todo un mundo de posibilidades. ¡Salud!





Besos a tutiplén.

P.D.: ¡Todos somos Blanco Herrera!

P.P.D.: ¡Más besos, leñe!

2 comentarios:

La Dirección dijo...

Si esta historia es cierta, te invito a cuanto puedas beber el 22 de Octubre, pardiez.

Er Alberto dijo...

Estimada Dirección,

Ya le vale que para invitarme a unas cañas tenga que estar contándole historias (a ver si vamos revisando el programa de incentivos del personal).
En cuanto a la veracidad o no, qué quiere que le diga, igual alguna licencia que otra hay, aunque ya sabe lo que dicen los italianos: se non è vero è ben trovato. Digamos que, lo consiga o no, siempre me ha tirado más lo segundo que lo primero. Saque sus conclusiones.

Un abrazazo.

 
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